lunes, 18 de junio de 2012

Amor en la montaña mendocina

Breve historia de dos camioneros que se enamoraron, esperando cruzar a Chile en pleno invierno.

Amalaya, soledad,
frío y nieve en la montaña,
dos mil camiones varados
y yo con estas pestañas.

Esta es la historia de un gaucho
que se hizo camionero,
dejó el pingo y un Scania
se domó en el primer ruedo.

Más que gaucho era gaúcho
porque venía e Brasil,
trayendo plátanos verdes,
o bananas amarillas,
que para el caso es lo mesmo,
rumbo a Australia o a la China.
Cosas tiene el Mercosur,
que naides cuenta ni anota,
y es el amor que sucede
esperando en esa cola
infinita de camiones
que quieren cruzar a Chile
pero el frío los carcome
y ni pensar es posible.

Ansí sucedió que entonces
este gaucho brasilero,
cansao de esperar helao
que el túnel abriera e nuevo,
empezó a mirar con ganas
a un vecino camionero.
Nunca le había sucedío,
la verdá sea aquí dicha,
fijarse en otro muchacho,
lo suyo eran las chicas.

Pero el frío, la soledá,
como ya se ha dicho aquí,
hacen que el hombre se tiente
y por un poco e calor
amplíe su sesualidá
y encuentre abrigo en otro hombre
por buscar algo caliente.


Ansí nació este amor,
entre rudos camioneros,
días y días esperando,
compartiendo sanguchitos,
terminaron enredaos,
durmiendo de cucharita
cada noche en la cabina
de cada cual, porque ansí,
un gaucho de ley comparte
sus cobijas, su tapera,
cuando ajuera el viento blanco
se lleva puesto a cualquiera.

Sirva esta lesión señera,
para romper los prejuicios
del mendocino pacato,
que cree que ser más macho
es transarse más minitas.
Yo digo que es al revés:
más gaucho es aquel tipo
que reconoce su falta
y si hace frío y no hay minas
qué mejor que un copiloto
que te abrigue como naides
y se guarde la aventura
bien dentro e su corazón
en ese lugar ignoto.

Ansí que se conocieron,
se dieron amor sin miedo,
luego, por cuidarse un poco,
a su familia mintieron,
pero cada tanto güelven
a encontrarse en pleno cruce
y el romance se atualiza
y naides prigunta nada,
que un gaucho de ley no mira
si el otro anda de nuevo,
si tiene el poncho agujeros
o si rota la alpargata.

El amor es una cosa
que no reconoce límite,
y menos en la frontera
donde los seres humanos
aprienden a dar calor
como si jueran hermanos
más allá de los prejuicios
que siempre están a la mano.

Junio de 2012 y julio de 2015

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